Nicole Lasserre-Laso
Nutricionista, MSc. Nutrición Humana
Investigadora Consorcio ELHOC Research
Desde tiempos remotos, el ayuno ha sido practicado en diferentes culturas, está presente desde el inicio de la humanidad e incluso en la naturaleza, donde algunos animales realizan esta práctica después de ingestas abundantes o en temporadas del año (como el invierno). Desde su origen, está práctica se asocia a rituales religiosos, en la India y Egipto, en la búsqueda de purificación, preparación para los mismos, dominio de la mente sobre el cuerpo o bien con propósitos curativos.
En la actualidad, las tres religiones más importantes de occidente mantienen y conservan el ayuno dentro de su doctrina: el mes de Ramadán para los musulmanes, no ingiriendo alimentos desde la salida hasta la puesta del sol, para los judíos el Yom Kipur, que consiste en un día completo (hasta 25 horas) de restricción alimentaria y también otros días de ayuno conmemorativo en el año y para el cristianismo, la Cuaresma y Semana Santa son fechas asociadas a practicar la renuncia, cuyo origen está radicado en los 40 días que tanto Moisés como Jesús pasaron en el desierto ayunando. Es por esto que la Semana Santa representa un símbolo de penitencia y transición que muchos creyentes recuerdan, a través del ayuno y otras prácticas, de forma voluntaria.
Si algo tienen en común estas prácticas es que la restricción parcial o total de alimentos se vincula a un bienestar espiritual, ya sea por la práctica de la voluntad, el despojo, la gratitud, entre otros. Entonces, es posible cuestionar, si este bienestar, está asociado a un cambio físico o biológico derivado del ayuno.
En la literatura científica existen diferentes tipos de ayuno, siendo dos los más reconocidos: el ayuno donde no se come ni bebe nada durante un tiempo determinado y el ayuno en donde hay restricción de alimentos o del contenido energético (kilocalorías) de la alimentación diaria. La mayor parte de investigaciones recientes apuntan hacia los beneficios del ayuno intermitente (con “ventanas” o “tiempos de alimentación”) que varían en esquemas, sobre parámetros metabólicos como la obesidad, control glicémico (Morales-Suárez Nutrients. 2021), enfermedad cardiovascular (Allaf M. Cochrane Database Syst Rev. 2021) e incluso enfermedades degenerativas como Alzheimer y Parkinson (Gudden J. Nutrients. 2021).
Los ritmos diarios de las funciones metabólicas están basados en el sistema de reloj circadiano, los cuales se regulan por los ciclos de alimentación y ayuno. Es por esto que, investigaciones recientes describen diferencias significativas en parámetros como glicemia e insulina en ayuno, en personas con sobrepeso y obesidad, posterior a 4 semanas de alimentación restringida en horarios (Rovira-Llopis, Rev Endocr Metab Disord. 2024)
Además de la pérdida de peso, el ayuno intermitente en sus diversas formas ha demostrado fortalecer el sistema inmune, favoreciendo la migración de células inmunitarias, protección ante el estrés inflamatorio, reducir factores inflamatorios y enriquecimiento de microrganismos (Zhangyuting He. Front Nutr. 2023).
Estos resultados generan nuevo conocimiento respecto a los mecanismos que podría activar el ayuno, en sus diversas formas, principalmente el intermitente, sobre funciones metabólicas, inmunitarias y otras. De esta forma, posiblemente el ayuno de tipo religioso o espiritual, además de la búsqueda de efectos a nivel de bienestar estaría vinculado a beneficios celulares, inflamatorios y metabólicos, según lo que plantea la evidencia, sin embargo, se requieren estudios de mayor duración y seguimiento que permitan determinar los efectos de estas intervenciones sobre biomarcadores (Carvajal V. Rev Med Chil. 2023) sujetos sanos y en pacientes con enfermedades cardio-metabólicas.
Nicole Lasserre-Laso
Nutricionista, MSc. Nutrición Humana
Investigadora Consorcio ELHOC Research